Lila y Marcela trabajan desde siempre como personal de limpieza de una dependencia estatal. Para sumar unos pesos gestionaron, de manera irregular, un comedor en un rincón abandonado del edificio. Hasta que llega una nueva directora con ideas de despidos en su cabeza y las cosas cambian. Y, se sabe, algunas cosas, algunas miserias, hacen cambiar también a las personas.
Es esta película del tucumano Ezequiel Radusky una pieza plagada de verdad, una historia que se mete en los sueños de las personas, las maneras y las posibilidades de poder cambiar la realidad.
Esta vez en solitario, el codirector de Los Dueños se mete dentro del mundo de quienes trabajan limpiando oficinas, sobre sus vivencias, sobre la mirada que reciben cada día en su trabajo, los desprecios, pero más allá de eso, se mete dentro de las posibles reacciones que puede desatar una mejora laboral.
Dice el director: «Entré a trabajar a la administración pública gracias al favor de una conocida de mis padres. Ingresé Contratado pero en menos de un año me convertí en Planta Permanente. Por haber ascendido tan rápido gran parte de mis compañeros me veían con recelo y envidia, pero al ser el ahijado de la jefa nadie me podía tocar. Sin embargo allí cumplía más de 25 horas semanales y todo lo que me pasaba en la vida lo compartía con mis compañeros de trabajo. Éramos como amigos íntimos, algo así como una familia. Pero estar tan dentro del sistema indefectiblemente te termina alienando. En poco tiempo me encontré haciendo cosas de las cuales renegaba. Observaba y juzgaba a todos de la misma manera que ellos lo hacían conmigo. Empecé a notar que los mismos mecanismos que operaban allí se repetían en casi todos los ámbitos de la vida en sociedad. Comprendí que la autoridad se ejerce de maneras muy variadas y que cada persona que pueda ponerla en práctica, lo hará. Entendí que quien pueda sacar una ventaja sobre el otro, cualquiera que sea, así será, y que si alguien logra algo extraordinario tal vez sea aplaudido al principio pero tarde o temprano caerá en las pantanosas aguas podridas de la calumnia y la envidia.
En Planta Permanente somos testigos del ascenso y la caída de una mujer que quiere transformar su realidad y del modo de operar de personajes que no son ni buenos ni malos, pero que, arrastrados por una extraña inercia, terminan actuando de manera nociva ante una posibilidad de mejora generada por alguien de su misma clase. También, vemos que las estrategias para progresar no siempre son inocentes y benévolas. Y es ahí donde radica el punto más complejo de esta historia».
Planta Permanente está protagonizada por dos mujeres que brillan y conmueven desde estos personajes en tensión, Liliana Juárez y Rosario Bléfari. La trabajadora de Liliana Juárez respira sueños y fuerza de laburante. Liliana ganó como mejor actriz en Mar del Plata, en una composición cercana, verdadera, realmente para aplaudir. Rosario, nuestra querida Rosario, se carga un personaje complejo, de emociones cruzadas y brilla como siempre, esta vez desde una interpretación de una mujer atravesada por decisiones contradictorias, agobios y una coraza que la precede, mezcla de tristeza e instinto de supervivencia.
La película de Ezequiel Radusky es una de las citas obligadas en Cine.ar y se convierte en un excelente reflejo de la relación entre las personas y el trabajo, la lucha por el empleo y por el pan, la lucha por la subsistencia y un reflejo también de los laberintos y fragilidades de la condición humana.
Crédito PH Sebastián Pani
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Antonio, director de un importante periódico, debe elegir a su sucesor. Maca, una mujer que apuesta a la cooperación entre los miembros de la empresa, competirá contra el otro subdirector, Vargas, un periodista manipulador que se las sabe todas.
La historia que se da en una noche en el encierro de una redacción periodística entre un director y una exalumna y la carrera por la sucesión en el cargo es esencialmente una historia de poder y una historia de la desigualdad entre hombres y mujeres a la hora de hablar de ese poder.